Volumen Nº3: "Inseguridades"

Siempre me sentí el patito feo, la que resaltaba solamente por ser la fea del grupo, era la gorda del curso, la marimacho que se viste como un varón. 
Muchas veces me miré en el espejo y sentí asco de la imagen que me devolvía. Solamente veía cosas malas en mí. Estrías, celulitis, hasta lunares que no me gustaba tener, y eso me ponía mal, me deprimía porque sentía que nunca iba a ser suficiente para nadie, sin importa qué hiciera, siempre iba a ser "eso". 
Me daba miedo, me preocupaba la idea de gustarle a algún chico porque pensaba que se iban a burlar de él por el simple hecho de sentirse atraído por mí. Creía y estaba convencida que iban a decir cosas como "bichero" "come gordas" y todas esas cosas que se dicen en joda, en un grupo de amigos, pero que dañan, hieren como no se imaginan. 
Cuando era chica, a mis 12 años, pesaba 83kg y medía 1,50. Era obesa. Y aunque suene mal decirlo, era por culpa de mi mamá. 
Me hostigaba constantemente por mi peso, me decía que yo era el animal más pesado del mundo, cuando tenía 8-9 años. A veces no me dejaba comer y cuando lo hacía, se burlaba. Una vez llegó a mandarme sin comer, ni desayunar a la escuela; ese día sentí que me moría porque no tenía fuerzas ni para mantenerme despierta, y me dolía la cabeza del hambre que tenía.
En esa época los insultos eran moneda corriente, nunca me despertó para ir al colegio, diciéndome buenos días. Lo mínimo era un "pendeja hija de puta". Era chica, no me sabía defender y aunque supiera, nunca le hubiera dicho nada porque era mi mamá, y en mi mente de nena eso era normal.
Irónicamente, las únicas personas que se metieron conmigo por mi peso, por mi físico eran familiares, de parte de mi mamá, como no podía ser de otra manera. Me dejaban de lado y nunca querían jugar conmigo, por ser la gorda. Me insultaban, no me dejaban participar en nada y ni siquiera me compartían un vaso de agua. Cuando se suponía que ellos tenían que ser quienes mejor me tratasen.
Terminé encontrando en la comida un refugio que nadie me daba, porque no tenía a nadie a quién recurrir. Comía cuando me sentía mal, cuando estaba triste, cuando quería llorar. 
Y mi vida en ese momento se basaba en esos sentimientos, es triste ver fotos mías de esos años y notar que no era una nena feliz, no sonreía en ninguna y nadie se dio cuenta, porque a nadie le importaba. 
Todo esto desencadenó en trastornos alimenticios, cuando tenía 13 años. 
Pasé de comer para sentirme bien, a no comer mas de una vez al día, no me daba cuenta de lo peligroso que era, no se me pasaba por la cabeza, no lo cuestionaba porque para mí eso era lo correcto. Creía que estaba bien lo que hacía, porque los pensamientos enfermizos que tenía me hacían creerlo.
A los 16 años pesaba 63kg y estaba en mi peso "ideal", estaba flaca pero eso significó que mi mamá me dejara en paz, todo lo contrario. Ahora para ella era una "gorda en pausa" y se tomaba la molestia de dejarme muy en claro que nunca iba dejar de serlo. 
El 14 de marzo de 2015 me desperté de madrugada, eran las 5 am, porque sentí que estaba menstruando. Y cuando me levanté de la cama, vi lo que parecía la escena de un crimen. Había sangre en el piso en cantidades que no te imaginas, me tenia que apoyar en las paredes para poder caminar, porque si no lo hacía me caía, hasta llegar al baño. 
Ahí estuve sentada, desmayada por media hora, hasta que recupere la consciencia y pude hablar para pedir ayuda. Sentía que el corazón me iba explotar y casi que no podía ver, porque todo me daba vueltas y me mareaba si abría los ojos. 
Fuimos a la clínica Güemes, en Luján. Esos minutos de viaje fueron eternos, el tiempo se congeló y me encontré a mi misma sintiendo, escuchando, viendo. De golpe la voz de mi papá, la música en la radio, los arboles que veía del otro lado de la ventanilla, los autos que pasaban, hasta los pajaritos que habían por ahí, se volvieron lo mas valioso del mundo.
En ese momento me di cuenta de que nada de lo que me preocupaba, nada por lo que me ponía mal, nada de eso era importante, no tenían valor. Me sentí en paz y aunque dentro de mí sabia que esa podía ser la ultima vez que viera todo eso, me enfoqué en sentir como nunca antes lo había hecho.
Llegué a la clínica con hipotermia, taquicardia, con problemas de coagulación, no respiraba bien y casi en shock hipovolémico, según los médicos estuve a media hora de morir. Quedé internada en terapia intensiva, no sé por cuanto tiempo, porque perdí la noción de los días que pasaron. 
Pero cuando me dieron el alta, y volvíamos por la misma ruta que a la ida me sentí viva, agradecida por poder sentir el viento en mi cara, por poder escuchar a mi viejo hablar. 
Volví a nacer, estando al borde de la muerte, y desde ese día mi vida cambió. 
Tuve que tocar fondo para poder quererme, llegué al punto de no retorno por no amarme, por tratarme de la misma forma en que esa gente me trataba. 
Entonces entendí que hay cosas que valen muchísimo más de lo que pensamos, pero que no vemos por estar sumidos en pensamientos que no nos llevan a nada. Que nos hacemos problemas por cosas que no merecen ni 10 minutos de atención, que vemos defectos en nosotros que no existen, que la gente no ve pero uno está ahí carcomiéndose la cabeza por ideas que nos hacemos, por no sentirnos suficientes para los demás, olvidándonos de nosotros mismos. 
Si pudiera hablar con mi yo de 10 años, le diría que se ame sin importar qué, que siempre sea ella su prioridad, que no se preocupe nunca por el qué dirán. Que no guarde rencor y que sea siempre la clase de persona con la que quiera cruzarse en la vida. 

Comentarios

  1. Wow que historia, realmente tocaste fondo y como dices quizás fue el punto de inflexión por el cuál ahora tienes un punto de vista diferente.
    Me pongo a imaginar tus historias y puedo sentir empatía contigo.
    Ánimo y un abrazo!

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    Respuestas
    1. Gracias por tomarte el tiempo de leerme <3. Esta semana estuve inactiva (porque me quede sin internet) pero la semana que viene voy a subir un volumen nuevo

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